jueves, 1 de febrero de 2007

Cuando Apolo se quejó a su hermana Ártemis de la afrenta que le habían hecho, la diosa le vengó disparando todas las flechas de un carcaj contra Corónide. Sin embargo, al contemplar el cadáver, Apolo sintió un arrepentimiento súbito aunque ya nada podía hacerse para salvarle la vida. Su cadáver estaba colocado sobre la pira fúnebre y ya habían encendido el fuego antes de que Apolo recobrara su presencia de ánimo. Entonces, hizo una seña a Hermes, quien, a la luz de las llamas, extrajo al niño todavía vivo de la matriz de Corónide. Era un varón al que Apolo puso el nombre de Asclepio.

Asclepio, venerado posteriormente como el fundador de la Medicina, aprendió el arte de la curación tanto de Apolo como del centauro Quirón, a quien Apolo había confiado la educación de su hijo. El nombre de Quirón significaba para un griego “aquel que se sirve de sus manos” [1], lo cual indica que la medicina que Quirón enseña a Asclepio se trata de una medicina artesanal, consistente quizás en la aplicación de ungüentos, en maniobras para la reducción de luxaciones, etc. Sin embargo, Asclepio no sólo curaba a los enfermos sino que, además, Atenea le proporcionó dos cántaros con sangre de Medusa: con la extraída de las venas de su lado derecho podía resucitar a los muertos y con la procedente de su lado izquierdo podía matar instantáneamente. Esta sangre de Medusa dada a Asclepio por Atenea será la que condicione de manera definitiva la figura de aquél, tanto a los ojos de los hombres como a los ojos de los dioses, de ahí su inclusión en este apartado referente a Medusa.

En efecto, una vez que Asclepio comenzó con la resucitación de los muertos, valiéndose para ello de la sangre de Medusa, Hades [2] se quejó ante Zeus de que Asclepio le estaba dejando sin súbditos, acusándole al mismo tiempo de haber aceptado un soborno para llevar a cabo una de esas resucitaciones. Zeus atendió la queja de Hades y fulminó a Asclepio con el rayo, aunque posteriormente le devolvería la vida. De esta forma se cumple una profecía hecha por Evipe, hija de Quirón, en el sentido de que Asclepio llegaría a ser dios, moriría y reasumiría la divinidad, renovando, así, dos veces su destino.

En uno de los Epinicios de Píndaro, concretamente en la Pítica III, dedicada a Hierón de Siracusa, aparece la mención al soborno aceptado por Asclepio para resucitar a un muerto:


“…
Sin embargo, también la sabiduría está ligada al lucro.
Oro aparecido en sus manos como pródigo salario,
incluso a él
[3] lo indujo a hacer volver de la muerte
a un hombre ya preso de ella.
Con sus manos, entonces, el Cronión
[4] disparó
y a ambos
[5] de súbito arrebató el resuello de sus pechos.
…”

Antes de continuar, quizás sea menester detenernos un momento en esta estrofa de la Pítica III, ya que en ella se pueden apreciar dos de los tres elementos que, como señalábamos con anterioridad, componen un epinicio: el mito y la máxima (la exaltación del atleta se refleja en otras de las restantes catorce estrofas que componen esta Pítica). En efecto, la alusión al mito de Asclepio es evidente, está expresa, mientras que la máxima establece que Asclepio, en una ocasión, se dejó atraer por el dinero y, violando la naturaleza, devolvió a la vida a un muerto, por lo que se hizo acreedor de la ira de Zeus quien lo fulminó. La reflexión que se pretende conseguir es que el hombre ha de conformarse con su destino mortal.

Volviendo a Asclepio, antes de alcanzar la divinidad, era un héroe venerado por el pueblo griego, puesto que por su carácter bondadoso había elegido el partido de los hombres, a cuyo servicio puso su saber, frente al partido de los dioses. Sin embargo, Píndaro, en esta Pítica III, pretende poner freno a la devoción popular atribuyendo a Asclepio un móvil interesado: la pasión por el oro. Con ello, los dioses aparecen, no como seres celosos y vengativos, sino como justos garantes de un reparto equitativo en los papeles entre los hombres y los dioses. Pese a ello, el carácter benefactor de Asclepio se mantuvo con el tiempo, de tal manera que aún en el siglo IV d.C., el poeta Isilo se refiere a Asclepio como “aquel de entre los dioses que más ama a los hombres”.

El principal santuario dedicado a Asclepio estaba en Epidauro, en donde las curaciones tenían como elemento fundamental la revelación onírica. De hecho, tras el culto a Anfiarao, en Oropo, el culto al sueño de Asclepio en Epidauro era el que gozaba de mayor popularidad, aunque aquí la psicoterapia desempeñaba un papel mucho más importante que la interpretación del futuro llevada a cabo en Oropo.

En Epidauro, el suplicante había de presentarse puro ante la divinidad, por lo que, tras un período de abstinencia sexual, antes de entrar bajo los pórticos del templo, se procedía a las abluciones, rituales e higiénicas a la vez. Luego se consagraban ante el altar algunos pasteles o una víctima sacrificada hasta que los suplicantes que iban a solicitar su curación eran introducidos en un dormitorio comunitario.

El sacerdote, tras encender las lámparas sagradas, celebraba una especie de rito vespertino tras el que se apagaban las luces, comenzando así la misteriosa noche. Una vez dormidos los fieles, sobreexcitada su imaginación por la anhelante espera de la aparición del dios y excitado su espíritu por la atmósfera que impregnaba el santuario y la solemne puesta en escena de la plegaria vespertina, Asclepio se les aparecía en sueños y les indicaba el tratamiento adecuado y los ritos que debían de seguir a fin de conseguir una rápida y milagrosa curación.

Las estelas nos hablan al respecto de las curaciones. Una de ellas tiene por protagonista a un niño, Eufanes, que padecía cálculos renales. En el ábaton, habitáculo destinado al sueño de los fieles, se le apareció el dios, quien le preguntó “¿Qué me regalas si te curo?”. “Diez huesecillos” [6], contestó el niño. El dios se echó a reír y el niño se despertó curado.
Asclepio tuvo cinco hijos: dos varones, Podalirio y Macaón, ilustres médicos que asistieron a las tropas griegas durante la guerra de Troya; y tres hembras: Yaso (“La Curación”), Higía (“La Salud”, de donde deriva nuestro vocablo “Higiene”) y Panacea, diosa que simboliza la curación universal mediante el empleo de las plantas.

El dios de la Medicina no aparece representado en el arte hasta época tardía, haciéndolo como un anciano barbudo de aspecto majestuoso y, a la vez, dulce y bondadoso. Sus atributos son el bastón con una serpiente enroscada en él. Una leyenda cuenta que, estando el dios con un enfermo, surgió de repente una serpiente que se enroscó en su bastón. Para librarse de ella, Asclepio le dio muerte, pero entonces apareció una segunda serpiente llevando en su lengua una hierba que resucitó a la primera. Asclepio tomó la milagrosa hierba y, en lo sucesivo, la utilizó en sus curaciones. Como el color de estas serpientes era amarillo, este color, la serpiente, el bastón y la copa que contiene la poción salvadora se consideran emblemas de la Medicina.

[1] Nuestros vocablos comenzados por la raíz “quiro” hacen alusión a las manos. De ahí “quiromancia”, “quiromasaje”, etc.
[2] Como bien sabemos, dios del mundo de ultratumba.
[3] Refiriéndose a Asclepio.
[4] Píndaro se refiere a Zeus con este nombre, esto es, hijo de Crono.
[5] Zeus fulminó tanto a Asclepio como a aquel al que éste había resucitado.
[6] Los juegos con tabas (huesecillos pertenecientes a las articulaciones del tobillo de animales tales como ovejas, cerdos, etc.) eran, junto a las canicas y las peonzas, muy comunes entre los niños griegos. Normalmente, el juego consistía en tirar cinco tabas o huesecillos al aire que debían ser recogidos con el dorso de la mano. Posteriormente se recogían las tabas que hubiesen caído al suelo procurando que las otras no se cayeran de la mano.

1 comentario:

Unknown dijo...
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