Estambul fue fundada por el megariense ( 1 ) Byzas (de ahí la antigua denominación de Bizancio) en el siglo VII a.C., quien, tras consultar al oráculo de Delfos sobre la fundación de una nueva colonia, recibió instrucciones para establecerse “allende la tierra de los ciegos”. Habiendo encontrado una comunidad que vivían en la costa asiática, Byzas descubrió que los antiguos colonizadores habían sido privados de la vista por los dioses como consecuencia de haber despreciado el espléndido lugar situado al otro lado del Bósforo. Así es como nació, según la tradición, la colonia de Bizancio.
Curiosamente, a pesar de su enorme valor estratégico, la colonia no fue sometida a grandes tensiones bélicas a lo largo de varios siglos, a pesar de las continuas convulsiones a las que estuvo expuesta la región durante aquellos años, hasta que, en el año 196 d.C., Septimio Severo la incorpora al Imperio Romano. Más adelante, Constantino el Grande, que en un principio había decidido establecer su Nueva Roma junto a la tumba de Áyax, en Troya, donde incluso comenzó la construcción de las murallas, tras reconsiderar su decisión marcha hacia Bizancio para construir allí su ciudad.
Fundada en el 326 d.C., Constantino llenó la ciudad de tesoros del mundo antiguo, resultando de ella una extraña y abigarrada mezcla de la era clásica pagana y de la reciente era cristiana. La ciudad se desarrolló rápidamente gracias a la pujanza del comercio en el que basaba su economía, de tal manera que jamás había existido en Occidente una ciudad de tal magnitud y de tal belleza, la cual, ya en el siglo IX, contaba con una población de alrededor de un millón de almas.
Los vestigios más antiguos que se pueden encontrar en el Estambul actual se hallan en el Hipódromo, situado en el lateral oeste de la Mezquita Azul, formando parte de la plaza del sultán Ahmet. El hipódromo fue construido por Septimio Severo en el 203 d.C., y convertido posteriormente en circo por Constantino el Grande. En este hipódromo permanecen tres monumentos dignos de ser admirados por todo aquel que visite la ciudad:
· Columna de Constantino VII Porfirogénito: Levantada por éste en el año 940 d.C. En su tiempo estuvo cubierta de bronce dorado, el cual fue posteriormente fundido por los Cruzados durante la cuarta de sus campañas. El calificativo de "porfirogénito" era común entre los emperadores bizantinos, siendo utilizado con la intención de enfatizar su legitimidad al trono, aludiendo con él al hecho de que su nacimiento había tenido lugar en la sala de nacimientos del palacio imperial (llamada "Porphyra" porque estaba recubierta de losas de mármol púrpura), eran hijos de un emperador reinante y, por tanto, legítimos
· Obelisco: Se trata de un obelisco erigido por el faraón Thutmosis III en Deir-el-Bahari ( 2 ) en el siglo XV a.C. y traído a Estambul por Teodosio en el año 390 d.C. Está montado sobre un pedestal de mármol que contiene relieves representando a Teodosio y a sus hijos, Arcadio y Honorio, asistiendo a diferentes eventos.
Curiosamente, a pesar de su enorme valor estratégico, la colonia no fue sometida a grandes tensiones bélicas a lo largo de varios siglos, a pesar de las continuas convulsiones a las que estuvo expuesta la región durante aquellos años, hasta que, en el año 196 d.C., Septimio Severo la incorpora al Imperio Romano. Más adelante, Constantino el Grande, que en un principio había decidido establecer su Nueva Roma junto a la tumba de Áyax, en Troya, donde incluso comenzó la construcción de las murallas, tras reconsiderar su decisión marcha hacia Bizancio para construir allí su ciudad.
Fundada en el 326 d.C., Constantino llenó la ciudad de tesoros del mundo antiguo, resultando de ella una extraña y abigarrada mezcla de la era clásica pagana y de la reciente era cristiana. La ciudad se desarrolló rápidamente gracias a la pujanza del comercio en el que basaba su economía, de tal manera que jamás había existido en Occidente una ciudad de tal magnitud y de tal belleza, la cual, ya en el siglo IX, contaba con una población de alrededor de un millón de almas.
Los vestigios más antiguos que se pueden encontrar en el Estambul actual se hallan en el Hipódromo, situado en el lateral oeste de la Mezquita Azul, formando parte de la plaza del sultán Ahmet. El hipódromo fue construido por Septimio Severo en el 203 d.C., y convertido posteriormente en circo por Constantino el Grande. En este hipódromo permanecen tres monumentos dignos de ser admirados por todo aquel que visite la ciudad:
· Columna de Constantino VII Porfirogénito: Levantada por éste en el año 940 d.C. En su tiempo estuvo cubierta de bronce dorado, el cual fue posteriormente fundido por los Cruzados durante la cuarta de sus campañas. El calificativo de "porfirogénito" era común entre los emperadores bizantinos, siendo utilizado con la intención de enfatizar su legitimidad al trono, aludiendo con él al hecho de que su nacimiento había tenido lugar en la sala de nacimientos del palacio imperial (llamada "Porphyra" porque estaba recubierta de losas de mármol púrpura), eran hijos de un emperador reinante y, por tanto, legítimos
· Obelisco: Se trata de un obelisco erigido por el faraón Thutmosis III en Deir-el-Bahari ( 2 ) en el siglo XV a.C. y traído a Estambul por Teodosio en el año 390 d.C. Está montado sobre un pedestal de mármol que contiene relieves representando a Teodosio y a sus hijos, Arcadio y Honorio, asistiendo a diferentes eventos.
· Columna de las serpientes: Será esta la “estrella” de nuestra historia y el elemento que en mayor medida la justifique. Se trata de una columna de bronce formada por los cuerpos entrelazados de tres serpientes, originalmente coronada por una jofaina de oro macizo, que reproducía el trípode sobre el que la sacerdotisa del santuario de Apolo en Delfos emitía sus oráculos. El conjunto, de 8,50 metros de altura, fue donado al santuario bajo suscripción efectuada entre las ciudades que participaron de manera victoriosa en la batalla de Platea ( 3 ), librada en 479 a.C. contra los persas, en agradecimiento al dios por haberles brindado protección y ayuda. En esta columna estaban inscritos los nombres de las 31 ciudades griegas participantes en la batalla y, según la tradición, el bronce con el que fue fabricada se obtuvo al fundir los escudos de los soldados persas caídos en la misma. En el año 355 a.C., durante la denominada “Guerra Sagrada”, librada entre la Fócide y Tebas, pero que en último terminó por involucrar y dividir al mundo griego permitiendo la injerencia y el inicio de la supremacía de la Macedonia de Filipo, los focenses, al mando de Filomelo, ocuparon Delfos y se adueñaron de la mayor parte de los tesoros del templo de Apolo y, entre ellos, de la jofaina de oro que coronaba la columna de las serpientes, mientras que ésta permaneció en el lugar hasta que, a principios del siglo IV a.C., Constantino el Grande la llevó a Constantinopla (Estambul), en donde permaneció durante siglos en el olvido. La columna volvería a ver la luz tras las excavaciones llevadas a cabo en el hipódromo.
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