jueves, 1 de febrero de 2007

  • PERSEO

    Perseo es miembro de la estirpe heroica de Argos, la más antigua de la mitología griega. Se inicia en el siglo XVIII a.C. por medio del río Ínaco, dios perteneciente a la rama Gea + Urano e hijo de Océano y su hermana Tetis.

    La historia de Perseo se inicia cuando Acrisio, rey de Argos, tuvo noticia por un oráculo absoluto de que su hija Dánae tendría un hijo que le daría muerte. Inmediatamente, Acrisio trató de evitar que el oráculo se cumpliera, intento, como vimos, frecuentísimo en la mitología a pesar del carácter inexorable de aquellos. Para ello, Acrisio encerró a su hija Dánae en un calabozo de bronce subterráneo, creyendo así que no habría varón alguno que pudiera hacerla madre. Sin embargo, Zeus, enamorado de Dánae, consiguió llegar hasta ella en forma de lluvia dorada dejándola encinta de Perseo.

    A su debido tiempo, tras haber mantenido en secreto el embarazo, Dánae dio a luz a Perseo pero, enterado al fin Acrisio y no creyendo que el padre de la criatura era Zeus, ordenó que madre e hijo fueran arrojados al mar en un arca de madera [1], la cual terminó por arribar a la isla de Sérifos, en donde un pescador llamado Dictis la sacó a la costa. Al ver que madre e hijo estaban todavía vivos, Dictis los condujo a presencia de su hermano Polidectes, rey de la isla, en cuya casa se crió Perseo. Con el paso del tiempo, siendo ya adulto Perseo, Polidectes se enamoró de Dánae y trató de seducirla, pero, al no ser correspondido, no se atrevió a consumar sus deseos por temor a Perseo. No obstante, conociendo el carácter de éste, Polidectes organizó una comida a la que invitó a numerosos súbditos y amigos, entre los que se encontraba Perseo. Su fin era provocar al hijo de Dánae y forzar su alejamiento de la isla, por lo que, durante la comida, fingiendo que iba a pedir la mano de Hipodamía, hija del rey de la Élide, Enómao, Polidectes rogó a los presentes que contribuyeran cada uno con un caballo a fin de ofrecerlos como presente nupcial. Apolodoro nos describe el diálogo entablado entre los dos protagonistas:

    - Sérifos es una isla pequeña – dijo Polidectes - pero no quiero quedar mal junto a los ricos pretendientes del continente, ¿podrás ayudarme, noble Perseo?.

    - Desgraciadamente – contestó Perseo – no tengo ningún caballo ni tampoco oro para comprarlo, pero si te propones casarte con Hipodamía y no con mi madre, me las arreglaré para conseguirte el regalo que tú me digas – y añadió imprudentemente – incluso la cabeza de la Gorgona Medusa si fuese necesario.

    Polidectes, que vió en esa jactancia una ocasión inmejorable para perder de vista a Perseo, le tomó la palabra y le exigió que la cumpliera.

    Atenea, que había oído la conversación mantenida en Sérifos, y siendo enemiga jurada de Medusa, de cuyo espantoso aspecto era responsable, acompañó a Perseo en su aventura. En primer lugar lo condujo a la ciudad de Dicterión, en la isla de Samos, en donde se exhibían imágenes de las tres Gorgonas, a fin de que aprendiera a distinguir a Medusa de sus inmortales hermanas. Luego le advirtió que no debía mirar a Medusa directamente sino sólo su reflejo, tras lo cual le regaló un escudo brillantemente pulimentado. Por su parte, Hermes regaló a Perseo una hoz.

    Sin embargo, para llevar a cabo su aventura, Perseo necesitaba además un par de sandalias aladas con el fin de volar hasta la morada de las Gorgonas, una alforja en la que guardar la cabeza de Medusa y el casco de Hades que hacía invisible a quien lo portaba, todo lo cual se encontraba bajo custodia de las Ninfas de la Estige, cuyo paradero sólo era conocido por las Greas, hermanas, como sabemos, de las Gorgonas. En consecuencia, Perseo se encaminó hacia la morada de las Greas y, mientras éstas se encontraban pasándose una a otra el único ojo y el único diente que tenían para las tres, Perseo se los arrebató y les anunció que no se los devolvería hasta que le condujeran al lugar en donde vivían las Ninfas de La Estige. Las Greas consintieron y, una vez en presencia de las Ninfas, Perseo les devolvió el ojo y el diente, siendo esta la única actuación de las Greas a lo largo de toda la Mitología.

    Las Ninfas entregaron a Perseo lo que éste había ido a solicitarles y, acompañado por Hermes y por Atenea, se dirigió volando, gracias a las sandalias aladas, a donde vivían las Gorgonas, a las cuales encontró dormidas entre formas de animales y hombres petrificados. Con el fin de evitar ser asimismo convertido en piedra si se despertaban, Perseo se acercó a Medusa, vuelto de espaldas, llevado de la mano por Atenea y viendo a su enemiga reflejada en el escudo. De esta manera llegó hasta la Gorgona, la única mortal de las tres hermanas, y de un solo golpe de hoz le cortó la cabeza que metió inmediatamente en una alforja. Sin embargo, para sorpresa de Perseo, surgieron entonces del cuello de Medusa, completamente desarrollados, los dos hijos que ésta había concebido de Posidón: el caballo alado Pegaso y el guerrero Crisaor, que sujetaba una espada de oro. Así, las otras dos Gorgonas, Esteno y Euríale, despertadas por los hijos de Medusa recién nacidos, se dispusieron a perseguir a Perseo, pero desistieron de su intención al haberse puesto éste el casco de Hades que lo hacía invisible. Es de esta manera como Perseo consigue escapar sano y salvo, volando por medio de las sandalias aladas.

[1] Construcción mítica recurrente en muchas culturas que nos recuerda a mitos como el de Moisés, Osiris, etc.

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