Por su parte, Temístocles interpretó las palabras de Apolo en el sentido de que la única forma de vencer a los persas consistía en desplazar el campo de batalla al mar, “tras los muros de madera” que supondrían los barcos construidos para tal fin. De esta manera, reuniendo para su causa a todos los que no se habían refugiado en la Acrópolis, emitió un decreto, contenido en la famosa “piedra de Trecén”, según el cual se hacía necesario abandonar la ciudad en manos de los dioses. Las mujeres y los niños debían ser enviados a Trecén (donde habíamos dicho que, con motivo de este suceso, se habían construido escuelas), los ancianos y los bienes se trasladarían a Salamina, los tesoreros y las sacerdotisas se quedarían en la Acrópolis para custodiar los bienes de Atenea, mientras que todos los demás atenienses y extranjeros en edad militar habían de embarcar en los doscientos barcos construidos y luchar contra el bárbaro, “a fin de defender su propia libertad y la de los demás griegos”.
Tras estos prolegómenos tuvo lugar una de las batallas que decidieron el curso de la Historia: La batalla de Salamina, la cual supuso la aniquilación de la flota persa. La victoria total se completaría durante los dos años siguientes por medio de las batallas de Platea (en cuyo origen está nuestro afamado trípode) y Micala.
Es de esta manera como Temístocles fue aclamado como salvador de la patria, encomendándosele la dirección de los destinos de Atenas durante los siguientes años. Sin embargo, la rivalidad política hizo que una acusación, al parecer infundada, de que había aprovechado la nueva situación para enriquecerse, prendió en la sociedad ateniense y fue sometido al ostracismo, pero, ¿qué era el ostracismo?, ¿en qué consistía?
Cuando en el 510 a.C. es expulsado el último tirano de Atenas, Hipias, el destino de Atenas pasó a ser gestionado por Clístenes, el instaurador del régimen democrático. Éste, queriendo proteger la nueva forma de gobierno de las conspiraciones de aquellos que con la nueva situación habían perdido cuotas de poder, instituyó el “ostracismo”, que se aplicaba de la siguiente manera: Cada año, en la asamblea general de ciudadanos, denominada “ekklesia” [1], se preguntaba a los congregados si tenían conocimiento de que existiera algún ciudadano que estuviera llevando a cabo algún tipo de actividad que supusiera una amenaza para la recientemente estrenada democracia. Si alguien conocía a algún conciudadano ocupado en esta labor de conspiración, escribía su nombre en un trozo de cerámica (ostrakón) y lo presentaba a la ekklesia. Ésta votaba y aquellos nombres citados que sumaban más de tres mil votos eran condenados al ostracismo, esto es, a abandonar Atenas por un período de diez años, durante los cuales, sin embargo, podían disponer de sus bienes personales [2]. Esta es la razón por la que hoy en día utilizamos la palabra “ostracismo” para referirnos a la situación de una persona que, como aquellos a los que en Atenas se aplicaba, ha perdido presencia en la sociedad, ha perdido el protagonismo que hasta hace poco tiempo tenía.
Tras estos prolegómenos tuvo lugar una de las batallas que decidieron el curso de la Historia: La batalla de Salamina, la cual supuso la aniquilación de la flota persa. La victoria total se completaría durante los dos años siguientes por medio de las batallas de Platea (en cuyo origen está nuestro afamado trípode) y Micala.
Es de esta manera como Temístocles fue aclamado como salvador de la patria, encomendándosele la dirección de los destinos de Atenas durante los siguientes años. Sin embargo, la rivalidad política hizo que una acusación, al parecer infundada, de que había aprovechado la nueva situación para enriquecerse, prendió en la sociedad ateniense y fue sometido al ostracismo, pero, ¿qué era el ostracismo?, ¿en qué consistía?
Cuando en el 510 a.C. es expulsado el último tirano de Atenas, Hipias, el destino de Atenas pasó a ser gestionado por Clístenes, el instaurador del régimen democrático. Éste, queriendo proteger la nueva forma de gobierno de las conspiraciones de aquellos que con la nueva situación habían perdido cuotas de poder, instituyó el “ostracismo”, que se aplicaba de la siguiente manera: Cada año, en la asamblea general de ciudadanos, denominada “ekklesia” [1], se preguntaba a los congregados si tenían conocimiento de que existiera algún ciudadano que estuviera llevando a cabo algún tipo de actividad que supusiera una amenaza para la recientemente estrenada democracia. Si alguien conocía a algún conciudadano ocupado en esta labor de conspiración, escribía su nombre en un trozo de cerámica (ostrakón) y lo presentaba a la ekklesia. Ésta votaba y aquellos nombres citados que sumaban más de tres mil votos eran condenados al ostracismo, esto es, a abandonar Atenas por un período de diez años, durante los cuales, sin embargo, podían disponer de sus bienes personales [2]. Esta es la razón por la que hoy en día utilizamos la palabra “ostracismo” para referirnos a la situación de una persona que, como aquellos a los que en Atenas se aplicaba, ha perdido presencia en la sociedad, ha perdido el protagonismo que hasta hace poco tiempo tenía.
Pues bien, dado que las masas suelen mantener durante poco tiempo su admiración y su agradecimiento hacia aquellos a quienes tanto deben, Atenas pagó de esta manera a Temístocles tras su gran victoria en Salamina. Sin embargo, como también resulta habitual, que los ajenos valoren en mayor medida los méritos que los propios, Temístocles fue llamado a ponerse al servicio del Gran Rey Jerjes, su otrora acérrimo enemigo, quien lo nombró gobernador de Magnesia, donde terminó sus días.
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