· Pugilato: El término “pugilato” es latino, derivado de “pugillus”, diminutivo a su vez de “pugnus” (“puño”). En la antigua Grecia, el pugilato era denominado “pigmachie”, derivado de “pigmé” (“puño”), y era similar a nuestro actual boxeo aunque, a diferencia de éste, no había ring ni asaltos, terminando el combate cuando uno de los dos púgiles abandonaba. Tampoco había categorías por pesos, de tal manera que habitualmente vencía el púgil que tenía mayor estatura y peso y, aunque los combates no estaban limitados por el tiempo, cuando éstos, debido a la igualdad de fuerzas entre los contendientes, amenazaba con prolongarse indefinidamente, la victoria se establecía mediante la puesta en marcha del “clímax”, una especie de muerte súbita según la cual, de manera alternativa, cada púgil daba un golpe a su adversario mientras este permanecía inmóvil. De esta manera se iban sucediendo los golpes hasta que uno de los contendientes era vencido o abandonaba. De manera similar, y en recuerdo de ello, decimos que una situación alcanza su clímax cuando se acerca su desenlace, cuando está cercano el momento decisivo.
En los primeros tiempos, los púgiles luchaban con los puños desnudos, pero más adelante utilizaron correas (“himantes”) que enrollaban alrededor de los antebrazos y las manos, dejando libres los extremos de los dedos a fin de poder cerrar el puño. Posteriormente, sobre los nudillos era colocado un anillo cilíndrico de cuero (“strophion”) o de metal (el romano “caestum”) que multiplicaba el efecto demoledor de los golpes.
Aunque la competición de pugilato no estaba exenta de brutalidad, los púgiles más apreciados eran los que recurrían más a la técnica que a la fuerza bruta. De hecho, en Olimpia se concedía un premio especial al púgil que, aunque hubiera sido vencido, había practicado la técnica más depurada. No obstante, fuere como fuere, los púgiles recibían tremendas palizas que les ocasionaban toda clase de secuelas físicas. Lucilio describe así a un púgil maltrecho: “Cuando después de veinte años llegó, por fin, Ulises a su patria, el perro reconoció la figura de su amo; a ti, Estratofón, apenas cuatro años después de dedicarte al pugilato, ya nadie en el pueblo te reconoce y hasta los perros te ven como un extraño”.
En los primeros tiempos, los púgiles luchaban con los puños desnudos, pero más adelante utilizaron correas (“himantes”) que enrollaban alrededor de los antebrazos y las manos, dejando libres los extremos de los dedos a fin de poder cerrar el puño. Posteriormente, sobre los nudillos era colocado un anillo cilíndrico de cuero (“strophion”) o de metal (el romano “caestum”) que multiplicaba el efecto demoledor de los golpes.
Aunque la competición de pugilato no estaba exenta de brutalidad, los púgiles más apreciados eran los que recurrían más a la técnica que a la fuerza bruta. De hecho, en Olimpia se concedía un premio especial al púgil que, aunque hubiera sido vencido, había practicado la técnica más depurada. No obstante, fuere como fuere, los púgiles recibían tremendas palizas que les ocasionaban toda clase de secuelas físicas. Lucilio describe así a un púgil maltrecho: “Cuando después de veinte años llegó, por fin, Ulises a su patria, el perro reconoció la figura de su amo; a ti, Estratofón, apenas cuatro años después de dedicarte al pugilato, ya nadie en el pueblo te reconoce y hasta los perros te ven como un extraño”.
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