SEXTO DÍA:
Durante el sexto día se celebraban las carreras de carros en el hipódromo (hippes = caballo, dromos = correr), el cual, debido a la escarpada orografía de Delfos, estaba situado en el valle a los pies del Parnaso. Precisamente, la pieza de arte más emblemática de Delfos representa al conductor de uno de esos carros: El Auriga, descubierto por los arqueólogos el 28 de abril de 1896. Esta estatua de bronce, de 1.80 metros de altura, formaba parte de un conjunto escultórico en el que el auriga se encontraba de pie sobre un carro tirado por cuatro caballos. El donante de la obra al santuario de Delfos fue Polízalos de Siracusa en honor de la victoria que diez años antes había obtenido en los Juegos Píticos su hermano, el tirano Gelón, el gobernante griego más importante de la época, quien había resultado vencedor en la disciplina en el año 488 a.C. La escultura fue realizada por Sotades de Tespis.
Respecto al Auriga, una duda subsiste aún en la actualidad: ¿es posible que este auriga de facciones suaves y rostro juvenil represente realmente al temido Gelón?, o, por el contrario, ¿existía otra figura en este grupo escultórico que representara al tirano, siendo esta tan sólo la de su auriga que lo pasea tras la victoria? No lo sabemos a ciencia cierta, lo que si sabemos es que se trata de una de las obras culminantes del arte griego y universal pues, pese a su aspecto ciertamente hierático, la figura presenta un enorme realismo que resulta necesario destacar. Fijémonos, para ello, por ejemplo, en la actitud prensil de los dedos de sus pies, flexionados como queriendo asirse fuertemente al suelo de un carro supuestamente en movimiento. Este detalle, a menudo obviado en las descripciones que de la obra se hacen en los libros de arte, no resulta en absoluto baladí, sino antes bien, habla muy a favor de ese enorme realismo que a la pieza atribuimos, pues no debe olvidarse que la parte inferior de la figura del auriga aparecía ante el espectador oculta tras la balaustrada del carro, por lo que el cuidado detalle de los dedos flexionados avala la perfección que había alcanzado la escultura griega de la época.
Un detalle de la obra que suele causar extrañeza en el observador es la altura a la que el autor situó la cintura del auriga, pero esto, lejos de constituir un defecto, no se trata más que de un ardid empleado a fin de estilizar, con el objeto de “agrandar”, una figura en gran parte oculta tras el carro. Ese talle alto, junto con los pliegues rectilíneos, contribuyen a lograr el efecto buscado por el genial escultor. En definitiva, una auténtica obra maestra.
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