El oráculo de Dodona, asimismo en el Epiro, era el más antiguo del mundo griego, ya que su origen se puede datar hacia el 2.000 a.C. Sin embargo, su lejanía de las ciudades griegas más importantes, junto con las dificultades orográficas que era preciso salvar para llegar a él, hicieron que fuera cayendo en el olvido a medida que aumentaba la fama de Delfos.
El santuario de Dodona estaba consagrado a Zeus, de quien decían los habitantes del lugar estaba sentado sobre una enorme encina sagrada que crecía en medio del santuario y que constituía el elemento oracular de Dodona.
Las preguntas al oráculo se escribían con un punzón en una lámina de plomo que era introducida en una vasija, la cual, a su vez, era entregada a la sibila. Ésta extraía la pregunta mientras escuchaba atentamente el susurro que emitían las hojas de la encina sagrada, el cual interpretaba, generalmente, en forma de “si” o “no”, como respuesta a la pregunta que se le formulaba. Sólo en casos muy excepcionales la respuesta no se limitó a una afirmación o a una respuesta negativa.
No sabemos si las ramas de la encina se movían debido a alguna manipulación o si la única causa de su movimiento era el viento, ciertamente habitual en el valle. Tampoco conocemos la naturaleza de los sonidos que emitía la encina, por lo que no sabemos si consistían simplemente en el susurro de las hojas o si éste era intensificado por medio de algunos complementos (campanillas, cascabeles, etc.) colgados de las ramas. Ahora bien, como quiera que una encina tiene un vida que, a lo sumo, puede alcanzar los quinientos años, por los años que el oráculo de Dodona estuvo en activo se deduce que, al menos, en Dodona debieron de crecer tres o cuatro encinas sagradas, las cuales siempre estuvieron en el mismo lugar como lo atestigua el hecho de que las excavaciones sólo han revelado raíces pertenecientes a un único árbol. Por ello, debía de existir un período de tiempo (decenios) para que la nueva encina se convirtiera en árbol, ante lo cual surge la pregunta en el sentido de conocer de qué medios se servían entonces los sacerdotes para emitir los oráculos, mientras esa transformación de la encina tenía lugar. Uno de estos medios, también accionado por el viento, consistía en la figura de un muchacho y un calderón de bronce colocados sobre sendas columnas. El muchacho llevaba en la mano tres cadenas a modo de látigo que colgaban dentro del calderón, de tal manera que bastaba un ligero soplo de viento para que las cadenas golpearan las paredes del calderón y éste empezara a sonar. Ese sonido era el que interpretaban las sibilas. Este dispositivo, donado al santuario por los corcirenses, habitantes de la isla de Corcira, la actual Corfú, dio lugar a una expresión muy común en la antigüedad: “Hablas como un látigo corcirense”, para referirse a alguien de quien en la actualidad diríamos que “hablaba por los codos”, ya que el sonido que emitía el calderón de bronce tras ser golpeado por las cadenas era muy persistente.
El santuario de Dodona fue destruido en el 167 a.C. por los romanos, en la misma campaña que acabó con Éfira y, aunque fue reconstruido, nunca volvió a gozar de su antiguo esplendor.
El santuario de Dodona estaba consagrado a Zeus, de quien decían los habitantes del lugar estaba sentado sobre una enorme encina sagrada que crecía en medio del santuario y que constituía el elemento oracular de Dodona.
Las preguntas al oráculo se escribían con un punzón en una lámina de plomo que era introducida en una vasija, la cual, a su vez, era entregada a la sibila. Ésta extraía la pregunta mientras escuchaba atentamente el susurro que emitían las hojas de la encina sagrada, el cual interpretaba, generalmente, en forma de “si” o “no”, como respuesta a la pregunta que se le formulaba. Sólo en casos muy excepcionales la respuesta no se limitó a una afirmación o a una respuesta negativa.
No sabemos si las ramas de la encina se movían debido a alguna manipulación o si la única causa de su movimiento era el viento, ciertamente habitual en el valle. Tampoco conocemos la naturaleza de los sonidos que emitía la encina, por lo que no sabemos si consistían simplemente en el susurro de las hojas o si éste era intensificado por medio de algunos complementos (campanillas, cascabeles, etc.) colgados de las ramas. Ahora bien, como quiera que una encina tiene un vida que, a lo sumo, puede alcanzar los quinientos años, por los años que el oráculo de Dodona estuvo en activo se deduce que, al menos, en Dodona debieron de crecer tres o cuatro encinas sagradas, las cuales siempre estuvieron en el mismo lugar como lo atestigua el hecho de que las excavaciones sólo han revelado raíces pertenecientes a un único árbol. Por ello, debía de existir un período de tiempo (decenios) para que la nueva encina se convirtiera en árbol, ante lo cual surge la pregunta en el sentido de conocer de qué medios se servían entonces los sacerdotes para emitir los oráculos, mientras esa transformación de la encina tenía lugar. Uno de estos medios, también accionado por el viento, consistía en la figura de un muchacho y un calderón de bronce colocados sobre sendas columnas. El muchacho llevaba en la mano tres cadenas a modo de látigo que colgaban dentro del calderón, de tal manera que bastaba un ligero soplo de viento para que las cadenas golpearan las paredes del calderón y éste empezara a sonar. Ese sonido era el que interpretaban las sibilas. Este dispositivo, donado al santuario por los corcirenses, habitantes de la isla de Corcira, la actual Corfú, dio lugar a una expresión muy común en la antigüedad: “Hablas como un látigo corcirense”, para referirse a alguien de quien en la actualidad diríamos que “hablaba por los codos”, ya que el sonido que emitía el calderón de bronce tras ser golpeado por las cadenas era muy persistente.
El santuario de Dodona fue destruido en el 167 a.C. por los romanos, en la misma campaña que acabó con Éfira y, aunque fue reconstruido, nunca volvió a gozar de su antiguo esplendor.
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