Periandro, que como sabemos era tirano de Corinto y uno de los Siete Sabios de la antigua Grecia, bajo cuyo mandato (600-560 a.C.) la ciudad conoció su época de mayor esplendor, envió una delegación al oráculo ordenando a sus emisarios que sonsacaran del alma de su esposa muerta, Melisa, donde había escondido el tesoro de un amigo [1]. Tras los veintinueve días que los enviados de Periandro hubieron de soportar de preparación, se les apareció Melisa, desnuda y bella, dentro del calderón, pero se negó a proporcionarles el menor indicio acerca del escondite del tesoro:
- “Tengo frío y estoy desnuda”, se lamentó Melisa con voz sombría. En efecto, Periandro, tan avaro como de costumbre, había quemado su cadáver no sin antes haberlo despojado de sus valiosos vestidos. Entonces Melisa pronunció una frase que desconcertó a los enviados pero que debía demostrar a Periandro que realmente era el alma de Melisa la que hablaba:
- “Periandro, ¡fuiste tú quien introdujo panes en el horno frío!”. El tirano se dio cuenta enseguida del significado de esas palabras, pues había abusado de Melisa una vez estaba ya muerta. Sin embargo, creía que aún podía arrancarle el secreto, pues conocía su debilidad por los ricos vestidos. De esta manera, anunció que todas las mujeres de Corinto debían acudir un día determinado al templo de Hera. Las damas se vistieron de fiesta para acudir a la recepción y, cuando estuvieron todas reunidas, el tirano las obligó a desnudarse y a orar a Melisa la piadosa. Así nos narra Heródoto el modo en el que Periandro se hizo con una gran cantidad de preciosos vestidos, aunque no nos explica como aquellas mujeres regresaron a Corinto y, lo que es más importante, qué opinaron de todo ello sus esposos :). No obstante, no desaprovechó la ocasión para aleccionarnos: "En esto, enteraos bien, consiste la tiranía".
Una vez que Periandro hubo obtenido los vestidos, los sacrificó quemándolos, de tal manera que cuando los enviados del tirano acudieron por segunda vez al oráculo, Melisa les reveló el secreto.
El oráculo de Éfira, en el Epiro, era uno de los más antiguos de Grecia, pues las excavaciones demuestran que la ciudad fue fundada en el siglo XIV a.C. Sin embargo se conocen mejor las circunstancias de su desaparición, las cuales comenzaron cuando Pirro, rey del Epiro, entró en guerra con los romanos en el 280 a.C. Tras la demanda de auxilio de la ciudad de Tarento, pidió consejo al oráculo de Zeus en Dodona, que le contestó que nada había de temer. Pirro se puso en marcha con 25.000 hombres y 20 elefantes, gracias a los cuales logró vencer al cónsul romano Publio Valerio en la legendaria batalla que dio origen a la denominación de “pírrica” para aquellas victorias que tienen un costo excesivo. La osadía de los epirotas no fue vengada hasta el consulado de Lucio Emilio Paulo, quién, en la Tercera Guerra Macedónica, librada en el 168 a.C., venció al rey Perseo [2], castigando duramente al país durante el año siguiente. Destruyó setenta ciudades, entre ellas Éfira y su oráculo, que permaneció en el olvido hasta que en el año 1958 los arqueólogos lo devolvieron a la luz.
[1] Se dice que Periandro no tuvo el valor de acudir personalmente a Éfira pues él mismo había dado muerte a su esposa.
[2] Cuando hicimos el recorrido por el recinto sagrado de Delfos, decíamos que delante de la entrada al templo de Apolo se encontraban numerosísimas ofrendas y, entre ellas, una estatua de Lucio Emilio Paulo. En realidad, el enorme pedestal de la estatua lo había mandado construir Perseo a fin de colocar sobre él una imagen personal; sin embargo, cuando el cónsul romano lo derrotó en la batalla de Pidnas, ordenó colocar una estatua suya en ese pedestal destinado originalmente para Perseo.
- “Tengo frío y estoy desnuda”, se lamentó Melisa con voz sombría. En efecto, Periandro, tan avaro como de costumbre, había quemado su cadáver no sin antes haberlo despojado de sus valiosos vestidos. Entonces Melisa pronunció una frase que desconcertó a los enviados pero que debía demostrar a Periandro que realmente era el alma de Melisa la que hablaba:
- “Periandro, ¡fuiste tú quien introdujo panes en el horno frío!”. El tirano se dio cuenta enseguida del significado de esas palabras, pues había abusado de Melisa una vez estaba ya muerta. Sin embargo, creía que aún podía arrancarle el secreto, pues conocía su debilidad por los ricos vestidos. De esta manera, anunció que todas las mujeres de Corinto debían acudir un día determinado al templo de Hera. Las damas se vistieron de fiesta para acudir a la recepción y, cuando estuvieron todas reunidas, el tirano las obligó a desnudarse y a orar a Melisa la piadosa. Así nos narra Heródoto el modo en el que Periandro se hizo con una gran cantidad de preciosos vestidos, aunque no nos explica como aquellas mujeres regresaron a Corinto y, lo que es más importante, qué opinaron de todo ello sus esposos :). No obstante, no desaprovechó la ocasión para aleccionarnos: "En esto, enteraos bien, consiste la tiranía".
Una vez que Periandro hubo obtenido los vestidos, los sacrificó quemándolos, de tal manera que cuando los enviados del tirano acudieron por segunda vez al oráculo, Melisa les reveló el secreto.
El oráculo de Éfira, en el Epiro, era uno de los más antiguos de Grecia, pues las excavaciones demuestran que la ciudad fue fundada en el siglo XIV a.C. Sin embargo se conocen mejor las circunstancias de su desaparición, las cuales comenzaron cuando Pirro, rey del Epiro, entró en guerra con los romanos en el 280 a.C. Tras la demanda de auxilio de la ciudad de Tarento, pidió consejo al oráculo de Zeus en Dodona, que le contestó que nada había de temer. Pirro se puso en marcha con 25.000 hombres y 20 elefantes, gracias a los cuales logró vencer al cónsul romano Publio Valerio en la legendaria batalla que dio origen a la denominación de “pírrica” para aquellas victorias que tienen un costo excesivo. La osadía de los epirotas no fue vengada hasta el consulado de Lucio Emilio Paulo, quién, en la Tercera Guerra Macedónica, librada en el 168 a.C., venció al rey Perseo [2], castigando duramente al país durante el año siguiente. Destruyó setenta ciudades, entre ellas Éfira y su oráculo, que permaneció en el olvido hasta que en el año 1958 los arqueólogos lo devolvieron a la luz.
[1] Se dice que Periandro no tuvo el valor de acudir personalmente a Éfira pues él mismo había dado muerte a su esposa.
[2] Cuando hicimos el recorrido por el recinto sagrado de Delfos, decíamos que delante de la entrada al templo de Apolo se encontraban numerosísimas ofrendas y, entre ellas, una estatua de Lucio Emilio Paulo. En realidad, el enorme pedestal de la estatua lo había mandado construir Perseo a fin de colocar sobre él una imagen personal; sin embargo, cuando el cónsul romano lo derrotó en la batalla de Pidnas, ordenó colocar una estatua suya en ese pedestal destinado originalmente para Perseo.
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