jueves, 1 de febrero de 2007

LOS SERES MONSTRUOSOS EN LA MITOLOGÍA CLÁSICA

1- LAS GREAS, MEDUSA Y PERSEO:

Tomando esta vez como excusa que en la Cisterna Basílica existen representaciones de Medusa sobre las que descansan algunas de las 336 columnas que soportan su bóveda, efectuaremos una muy esquemática revisión de algunos de los monstruos más célebres de la mitología clásica, fijando nuestra atención de manera preferente en Medusa.

En la genealogía del mundo, de los dioses, de los héroes y de los hombres, así como en sus hechos, naturaleza y hazañas, aparecen insertos junto a aquellos un gran número de seres monstruosos que, en la mayoría de los casos, surgen como producto de distintas uniones sexuales llevadas a cabo entre los propios dioses entre si o entre los dioses y seres mortales. Recordemos que la unión amorosa, homosexual en ocasiones e incestuosa en la mayoría de los casos, entre los dioses y los mortales, es una de las características más sorprendentes de la mitología clásica.

Estos seres monstruosos juegan en la Mitología distintos papeles. En ocasiones aparecen como una calamidad que azota a un pueblo, muchas veces con motivo de haber agraviado a alguno de los dioses (como ocurre, por ejemplo, con la Esfinge de Tebas), otras veces se constituyen en el objeto de la hazaña de un héroe con el fin de contribuir a magnificar su gloria (tal es el caso de la Hidra de Lerna, el león de Nemea, las aves estinfálidas, Cerbero, etc., todos ellos ligados a la figura de Heracles) y, por último, los hay que incluso llegan a amenazar seriamente la supremacía y hasta la existencia misma de los dioses, como ocurre con las luchas que Zeus, dios supremo del panteón griego, hubo de librar con los Gigantes (Gigantomaquia), con Tifón (Tifonomaquia) o con los Alóadas, ninguna de las cuales será objeto de este trabajo.

Una vez lo anterior, cabe deducir que la inmensa mayoría de estos seres monstruosos tienen en la mitología un carácter siniestro, negativo, de tal manera que las excepciones a esta naturaleza casi general resultan francamente escasas, tan escasas que, tras la obligada consulta realizada a distintos textos mitográficos, tanto pertenecientes a autores clásicos como modernos, tan sólo he podido encontrar a dos criaturas dotadas de un inequívoco carácter benéfico: los Centauros Quirón y Folo ( 15 ). Todas las demás, y son numerosísimas, presentan ese carácter siniestro al que aludía como universal, carácter al que tampoco será ajena Medusa.

La mayoría de los mitógrafos clásicos, con Hesíodo a la cabeza, coinciden en que el origen del mundo, de los dioses, de los héroes y de los hombres, así como el origen de los seres monstruosos de los que nos ocupamos y que, como decíamos, aparecen insertos en los árboles genealógicos al lado mismo de los dioses, comienza en el Caos y continúa con los tres ocupantes que se suceden en el trono de los dioses: Urano, Crono y Zeus. “En primer lugar se originó el Caos”, nos dice Hesíodo en su Teogonía y, aunque no lo describe, deja entrever que debió concebirlo como una especie de gran vacío o abismo inmenso. Más explícito ( ¿?) resulta Ovidio, quien en la Metamorfosis se refiere al Caos como “un confuso montón de gérmenes o elementos informes e indeterminados”.

Al Caos le sucede Gea (“La Tierra”), progenitora fecunda de todos los seres divinos y humanos, por lo que se hace acreedora de las epíclesis de “Madre Universal”, “Madre Común” o “Gran Madre”, la cual, por sí sola (“sin codiciable unión amorosa”, precisa Hesíodo) engendra a sus hijos Urano (“El Cielo”), El Ponto (“El Mar”) y Las Montañas. De la unión posterior de Gea con sus dos hijos varones surgirán todos los elementos de la Tierra (los ríos, las fuentes, el océano, etc., todos ellos con la categoría de dioses), los dioses, los héroes y los hombres, cuyas genealogías, estirpes, naturaleza y hechos darán lugar a la Mitología Clásica.

Como vemos, pues, la Mitología se desarrolla a partir de un tronco común, Gea, discurriendo en dos grandes ramas: Gea + Urano y Gea + El Ponto, siendo de la primera rama de donde deriva su práctica totalidad, hasta tal punto que todos los dioses Crono, Zeus, Océano, Hades, Hestia, Deméter, Hera, Hermes, Atlas, Posidón, Apolo, Ártemis, Afrodita, Atene, etc.) y todos los héroes (Perseo, Heracles, Teseo, Belerofontes, etc.) de mayor relevancia, junto con sus hechos y su numerosísima descendencia, pertenecen a ella. Por el contrario, de la rama Gea + El Ponto no deriva ningún ser, divino o humano, de especial relevancia sino tan sólo elementos de muy segundo orden tales como:

· Las Nereidas: Bellísimas divinidades marinas que, de las cincuenta que cita la mitología, tan sólo destacan mínimamente Galatea, debido a los frustrados amores que por ella siente el cíclope Polifemo [1], y Anfitrite, esposa de Posidón y soberana, por tanto, de los mares.

· Los Vientos: Llamados Céfiro (“Viento del Oeste”), Argestes (“Viento del Este”), Notos (“Viento del Sur”) y Bóreas (“Viento del Norte”) [2].

· Palante: Casado con La Estige ( 16 ), perteneciente a la rama Gea + Urano, es padre de cuatro hijas: Zelo (“La Gloria”), Crato (“La Fuerza”), Bía (“La Violencia”) y Nike (“La Victoria”).

y otros pocos elementos más, de menor entidad aún que los anteriores, como Astreo, El Lucífero, etc.
No obstante, esta rama Gea + El Ponto, pese a carecer de seres mitológicos de primer nivel, será origen de una gran cantidad de seres monstruosos, objeto, por Medusa, de este apartado del presente trabajo.

[1] Los Cíclopes son seres monstruosos, hijos de Gea y Urano, dotados de gran fuerza y enorme estatura. Carecen de descendencia y son mortales, lo que constituye una de las pocas excepciones a la regla de que los hijos de dos dioses son inmortales. Su característica física más sobresaliente es la que les da el nombre genérico, pues tenían un único gran ojo redondo en la mitad de la frente ( ciclo = redondo, optes = ojo; cíclope = ojorredondo ).
[2] Los griegos llamaban “hiperbóreos” a aquellos pueblos que habitaban “más allá del Viento del Norte”, en el extremo mas septentrional del mundo, más al norte incluso que los escitas, que vivían en las estepas situadas por encima del mar de Azov. Como todos los países situados en los extremos del mundo, el país de los hiperbóreos era para los griegos una tierra paradisíaca, rebosante de riquezas, cuyos habitantes ignoraban la enfermedad y la vejez. Rendían culto a Apolo, quien acudía todos los años allí a pasar la estación invernal.


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