El oráculo de Siwah, consagrado al dios egipcio Amón, estaba situado en un oasis del desierto libio y gozó de gran renombre en el mundo griego, llegando incluso a igualar en prestigio, durante algunos periodos, a los oráculos de Dodona y Delfos.
Puede decirse sin temor a exagerar que no hay otro oráculo que se haya identificado tanto con un solo nombre como lo hace el oráculo de Siwah con Alejandro Magno. Los antecedentes de esta identificación se remontan al padre de Alejandro, Filipo, quien, cuando se desposó con la bella Olimpíade, tuvo un sueño extraño durante el cual, sobre el cuerpo desnudo de su esposa, estampó un sello y, cuando miró la imagen, vio que representaba a un león. Los adivinos e intérpretes de los sueños de la corte de Filipo idearon las explicaciones más fantásticas, y sólo uno, el licio Aristandro de Telmeso, opinó que la reina estaba embarazada, pues al fin y al cabo nadie sella un recipiente vacío, y que daría a luz un muchacho fuerte como un león. Sin embargo, Filipo envió a su hombre de confianza, Querón, a Delfos con el fin de preguntar el significado del sueño, pero la pitia ignoró su pregunta y le ordenó que ofreciera sacrificios a Amón y que venerara a ese dios más que a ningún otro, lo cual no deja de resultar insólito ( 14 ).
Años más tarde, sería su hijo Alejandro el que acude a Siwah a consultar el oráculo de Amón. Ese viaje de Alejandro a Siwah constituye uno de los enigmas irresueltos de la Historia Antigua, que ha dado pie a la elaboración de múltiples teorías para justificarlo. Es cierto que la pitia había recomendado a los macedonios venerar a Amón más que a otros dioses, pero las circunstancias en las que Alejandro visita el oráculo no dejan de resultar inquietantes. En efecto, Alejandro inició un viaje ¡¡de seis semanas de duración!!, desplazándose con su ejército en dirección opuesta a donde se encontraba su objetivo militar, esto es, el imperio persa, y ello, una vez que Darío había reorganizado sus ejércitos y estaba esperando la oportunidad de reparar el descalabro sufrido en Iso, de tal manera que la batalla decisiva estaba aún por librarse. ¿Qué esperaba escuchar Alejandro en Siwah que lo hace apartarse de su camino y asumir los grandes riesgos de efectuar un viaje de seis semanas a través del desierto, al mismo tiempo que facilitaba, con ello, la reorganización de los ejércitos de su gran enemigo? No lo sabemos, pero en efecto, no deja de resultar inquietante.
En una primera consulta al oráculo, Alejandro preguntó al dios si se había dado ya justo castigo a los asesinos de su padre. La respuesta fue afirmativa, pero días después vuelvió al oráculo. Sin embargo, tanto la pregunta que formuló como la respuesta que obtuvo constituyen un enigma. Al salir de la celda oracular, sus acompañantes le preguntaron qué sentencia había obtenido, pero Alejandro sólo contestó que había oído lo que quería oír. En una carta a su madre Olimpíade le reveló que el oráculo le había comunicado “ciertas profecías secretas” que únicamente ella conocería cuando se volvieran a encontrar. Sea cual fuere la sentencia del oráculo, Alejandro se llevó ese secreto a la tumba pues murió en Babilonia en el año 323 a.C. sin haber vuelto a ver a su madre.
Puede decirse sin temor a exagerar que no hay otro oráculo que se haya identificado tanto con un solo nombre como lo hace el oráculo de Siwah con Alejandro Magno. Los antecedentes de esta identificación se remontan al padre de Alejandro, Filipo, quien, cuando se desposó con la bella Olimpíade, tuvo un sueño extraño durante el cual, sobre el cuerpo desnudo de su esposa, estampó un sello y, cuando miró la imagen, vio que representaba a un león. Los adivinos e intérpretes de los sueños de la corte de Filipo idearon las explicaciones más fantásticas, y sólo uno, el licio Aristandro de Telmeso, opinó que la reina estaba embarazada, pues al fin y al cabo nadie sella un recipiente vacío, y que daría a luz un muchacho fuerte como un león. Sin embargo, Filipo envió a su hombre de confianza, Querón, a Delfos con el fin de preguntar el significado del sueño, pero la pitia ignoró su pregunta y le ordenó que ofreciera sacrificios a Amón y que venerara a ese dios más que a ningún otro, lo cual no deja de resultar insólito ( 14 ).
Años más tarde, sería su hijo Alejandro el que acude a Siwah a consultar el oráculo de Amón. Ese viaje de Alejandro a Siwah constituye uno de los enigmas irresueltos de la Historia Antigua, que ha dado pie a la elaboración de múltiples teorías para justificarlo. Es cierto que la pitia había recomendado a los macedonios venerar a Amón más que a otros dioses, pero las circunstancias en las que Alejandro visita el oráculo no dejan de resultar inquietantes. En efecto, Alejandro inició un viaje ¡¡de seis semanas de duración!!, desplazándose con su ejército en dirección opuesta a donde se encontraba su objetivo militar, esto es, el imperio persa, y ello, una vez que Darío había reorganizado sus ejércitos y estaba esperando la oportunidad de reparar el descalabro sufrido en Iso, de tal manera que la batalla decisiva estaba aún por librarse. ¿Qué esperaba escuchar Alejandro en Siwah que lo hace apartarse de su camino y asumir los grandes riesgos de efectuar un viaje de seis semanas a través del desierto, al mismo tiempo que facilitaba, con ello, la reorganización de los ejércitos de su gran enemigo? No lo sabemos, pero en efecto, no deja de resultar inquietante.
En una primera consulta al oráculo, Alejandro preguntó al dios si se había dado ya justo castigo a los asesinos de su padre. La respuesta fue afirmativa, pero días después vuelvió al oráculo. Sin embargo, tanto la pregunta que formuló como la respuesta que obtuvo constituyen un enigma. Al salir de la celda oracular, sus acompañantes le preguntaron qué sentencia había obtenido, pero Alejandro sólo contestó que había oído lo que quería oír. En una carta a su madre Olimpíade le reveló que el oráculo le había comunicado “ciertas profecías secretas” que únicamente ella conocería cuando se volvieran a encontrar. Sea cual fuere la sentencia del oráculo, Alejandro se llevó ese secreto a la tumba pues murió en Babilonia en el año 323 a.C. sin haber vuelto a ver a su madre.
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